PANDEMIA

                                                         Foto sacada de https://www.freepik.es/ 


En la montaña, el oxígeno es siempre puro. Al respirarlo, se entremezclan aire, cerro, el sabor húmedo del viento, lo agreste de la tierra y la mierda. Lo urbano y lo salvaje conviven. Los paisajes cordilleranos únicos en el mundo atraen todo tipo de gente. Muchas veces, se suelen ver avutardas o flamencos planeando sobre el lago. Un espectáculo natural.  

Ahí vivo yo, en ese pueblo que es como todo pueblo: con su rutina y su tedio, su temporada alta y baja, su calma y su locura. Adoro respirar profundo y sentir el viento. Primero, en las fauces de la nariz, luego, en el tabique, pasando el triangulo de la muerte, hasta llegar a saborearlo en el paladar, fuerte y profundo como un beso.  

Tras la pandemia, algo murió en sus calles, su corazón estaba vacío. Ya no se olía tierra o viento, al contrario, se podía tocar de lleno, la tristeza. Vi las luces del pueblo, los negocios del centro, parecía estar muerto. Su costanera estaba vacía y sus habitantes no estaban. Era un pueblo fantasma!  

Me sentí muy triste respirando mi propio monóxido de carbono. Miré por todos lados, no había nadie. Vacío. Se me nubló la vista. No quería llevarme una imagen así: tan horrible.

El tiempo se lleva todo pero por qué de esta manera. Me empezó a doler muy fuerte el pecho. No podía aguantar más. Todo alrededor me daba vueltas. Era rarísimo y muy incómodo! Sentí ganas de desaparecer en ese preciso instante. Estar muerto en vida, no es estar.

Me arranqué el barbijo a orillas del lago. Arrodillado cabeza abajo, respiré hondo el aire, el cerro, el viento, la tierra y la mierda, inclusive. Muchas veces, estamos en el mejor lugar sin darnos cuenta. Si muchos turistas rumbean por acá debe ser que Patagonia tiene algo tan mágico y tan místico como la vida misma.  

Poco a poco, me fui incorporando. A mi izquierda, tenía el pueblo a mis pies. Era portentoso! Sentí pasos y giré la cabeza. Estaba lleno de personas buscando lo mismo que yo. Todos me conocían y yo, los conocía a ellos. Uno de los chicos que estaba cerca, me dio la mano a modo de saludo. Era de las primeras promos de egresados, pero también estaban mi peluquero, mis colegas y dos de mis vecinos. Los reconocí y me reconocieron. Este era mi pueblo.

De pronto, levantamos las manos como las gaviotas que levantan sus alas. El viento nos rozaba los dedos. El horizonte se tiño de un rojo intenso. Se hizo un profundo silencio y todos respiramos…   

 En la montaña, el oxígeno es siempre puro. Al respirarlo, se entremezclan aire, cerro, el sabor húmedo del viento, lo agreste de la tierra y la mierda. Lo urbano y lo salvaje conviven. Los paisajes cordilleranos únicos en el mundo atraen todo tipo de gente. Muchas veces, se suelen ver avutardas o flamencos planeando sobre el lago. Un espectáculo natural.  

Ahí vivo yo, en ese pueblo que es como todo pueblo: con su rutina y su tedio, su temporada alta y baja, su calma y su locura. Adoro respirar profundo y sentir el viento. Primero, en las fauces de la nariz, luego, en el tabique, pasando el triangulo de la muerte, hasta llegar a saborearlo en el paladar, fuerte y profundo como un beso.  

Tras la pandemia, algo murió en sus calles, su corazón estaba vacío. Ya no se olía tierra o viento, al contrario, se podía tocar de lleno, la tristeza. Vi las luces del pueblo, los negocios del centro, parecía estar muerto. Su costanera estaba vacía y sus habitantes no estaban. Era un pueblo fantasma!  

Me sentí muy triste respirando mi propio monóxido de carbono. Miré por todos lados, no había nadie. Vacío. Se me nubló la vista. No quería llevarme una imagen así: tan horrible.

El tiempo se lleva todo pero por qué de esta manera. Me empezó a doler muy fuerte el pecho. No podía aguantar más. Todo alrededor me daba vueltas. Era rarísimo y muy incómodo! Sentí ganas de desaparecer en ese preciso instante. Estar muerto en vida, no es estar.

Me arranqué el barbijo a orillas del Lago Argentino. Arrodillado cabeza abajo, respiré hondo el aire, el cerro, el viento, la tierra y la mierda, inclusive. Muchas veces, estamos en el mejor lugar sin darnos cuenta. Si muchos turistas rumbean por acá debe ser que Patagonia tiene algo tan mágico y tan místico como la vida misma.

Poco a poco, me fui incorporando. A mi izquierda, tenía el pueblo a mis pies. Era portentoso! Sentí pasos y giré la cabeza. Estaba lleno de personas buscando lo mismo que yo. Todos me conocían y yo, los conocía a ellos. Uno de los chicos que estaba cerca, me dio la mano a modo de saludo. Era de las primeras promos de egresados, pero también estaban mi peluquero, mis colegas y dos de mis vecinos. Los reconocí y me reconocieron. Este era mi pueblo.

De pronto, levantamos las manos como las gaviotas que levantan sus alas. El viento nos rozaba los dedos. El horizonte se tiño de un rojo intenso. Se hizo un profundo silencio y todos respiramos…   

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