LOS RUBIOS NO PIENSAN

 

Finalista en la “Primer convocatoria de cuentos Ediciones Kamikaze 2022”. Edición digital.  Córdoba capital (Argentina) dirigido por Jorge Sampaolesi.  


Hacía un mes que habíamos vuelto a ser novios con mi mujer después de cinco años. Fue un pacto tácito de esos que hacen las parejas después de mucho tiempo distanciados. Recuerdo todavía esa tarde en que nos miramos descansados sintiendo un silencio pacífico y ella dijo: “gordi, te propongo algo... volvamos a ser novios”.   

 

Confieso que me encantó la idea. Mis días junto a ella eran súper divertidos. Tenían algo fantástico, incierto y aterrador al mismo tiempo. Los matrimonios tienen la seguridad de una montaña rusa: “por momentos se sube, por momentos se baja”.  Algunos se descomponen en el camino, otros no. No es para cardíacos.   

 

Empecé a escribir cuentos, dejé en el camino un trabajo estresante. Mi mujer insistió que escribiera y que ella para compensar iba estudiar otro idioma. Estaba que le decía lo que pensaba, pero entendí que no era un buen comienzo para un “ser novio”. Me callé la boca. Regulé. Luego hice la sentencia.   

 

- ¡Me parece bien, amor! ¿Qué idioma vas a estudiar? - le dije sonriendo.  

- Alemán... siempre quise saber un cuarto idioma - me dijo con ojitos brillantes.

 

Asentí sonriéndole nuevamente. ¿Qué iba hacer? Ella estaba allí para mí siempre y yo para ella. Después de todo, de eso se trataban las parejas, ¿no?

 

Esa semana fue rápida entre trabajo online y presencial, las cuentas, la refacciones de la casa, etc. Eso hace que uno sea más marido y menos novio.  Mi mujer volvía de Alemán y de dar clase lo que decimos acá en Argentina “chocha”.   

 

- ¡Gordi te traje lo que me pediste de la verdulería y hamburguesas de la carnicería como me dijiste! Me encontré con Juan Cruz el vecino que teníamos en la calle Artieda. Parece que se recibió, se casó y tuvo un hijo. Hablé con mi vieja me dijo que... ¿gordito me escuchás? - me dijo seria.  

- Perdón, amor... ¿qué?

- ¡Ves que cuando quiero contarte cosas no escuchás!

- Sí, te escucho pero a veces se me escapa el oído.

- ¡El oído nunca se te escapa!

 

Nos sentamos a comer. Era un día monótono y largo. Se parecía a la eterna espera en el consultorio del dentista.  

 

- Gordito me voy al instituto, ¿traigo algo?

- Sí, la cena...  

- ¿No ibas a cocinar vos?

- Sí, pero cambié de idea.

- No entiendo a los hombres. Dicen una cosa, después otra, y resulta que las complicadas somos siempre nosotras.

- ¡Por algo será!

- ¡POR ALGO QUÉ!

- Nada, amor, nada. Trae las milanesas, lechuga y tres tomates, ¿sí?

 

Cerró la puerta bufando. En esos momentos maldecía la pubertad y los anillos. Preparé un mate y puse papa y choclos hervir. El ruido de las hornallas, la semi oscuridad y la comida sumergida me relajaban. A veces extrañaba Direct TV. En nuestra casa propia no teníamos televisión. Mi viejo puso el cable cuando vino de visita pero lo dimos de baja, sin decirle, unos meses antes de que viniera.  

 

Una vez al mes, teníamos salidas al bar o a la pizzería más copada del pueblo. El día que mi padre se enteró del fraude no me habló por un año. Llegó él, muy orondo, feliz que iba llenar de ruido toda la casa. No encontró el televisor y ahí se armó el quilombo. Quedó regulando sin decir nada, frunció las cejas y dijo: “voy a comprar carne y verduras para hacer puchero. Hoy cocino yo”.

 

- ¡Viste es sordo cuando le conviene como vos!

- Y bueno será que viene de familia la cosa.

- ¡Qué familia la tuya!

- Es broma, ¿no?

- Ahhh me voy de Angélica, ustedes dos me tienen harta. ¡Machos tenían que ser!  

 

El auto empezó a rugir, después a vibrar. Ella saludaba feliz. Era para una foto de publicidad FIAT. Arrancó gritando: “vuelvo a las diez. Me como las verduras”. Salió disparada.

 

La vida del cónyuge pesa. Hay cabos que se atan preciosos a una publicidad. En la realidad no, y si sucede, más vale desconfiar. Viene seguro con alguna Kinder sorpresa. Lo bueno fue que mi padre se aburrió de muerte sin televisor, radio o algún otro artilugio disparador de ruidos, y, como es de suponer, se marchó a la semana y media de haber llegado, puteando por lo bajo.  

 

No soy de los que creen que las esencias cambian. Las personas, sí. La personalidad... bueno... punto aparte. Volviendo al caso de mi viejo. Se fue. Disfruté el silencio de la casa un tiempo. Todo volvía a la normalidad.

 

Saqué las papas y los choclos, esperé los tomates, la lechuga y las milanesas. A mí, la carne me gusta bien cocida como la verdad. Prefiero masticar y que se sienta el gusto. A mi mujer, en cambio, le gustaba “vuelta y vuelta”. Que se vea cocido pero en el fondo está crudo. Como dicen: “mugre bajo la alfombra no se ve”.

 

Lo raro de todo esto es que terminamos acostumbrándonos, aceptando. Dicen que el matrimonio es comer un solo plato igual todos los días, a pesar de que en tu mesa se sirva de todo, ¿qué se habrán morfado los demás?

 

- Gordito volví. Tomá, hacelas fritas. Yo corto los tomates, lechuga no encontré, ¿se fue tu viejo? 

- Sí, hace como tres horas.

- Ah... ok. - sonrió aliviada.

- La comida ya está. Pasame el plato que te sirvo.

- ¿Todo tranqui vos? ¿Cómo lo pasaste?

- Bien, ¿vos?

- Bien, esperando los milas.

- Gordito es viernes, ¿vino y pelis?

- ¡Dale! ¿Trajiste algo dulce?

- Cerrá los ojos y abrí la mano.

Estábamos viendo uno de esos canales porno gratuitos. Se armó un brete de amor de esos marca Dysney XXX. La miré. Me estudió un poco. Frunció el ceño y sonrió. Sentí el impulso. Subía y subía, frío eléctrico como la primera vez a los once años y ahora de nuevo treinta años después.. - Ahhh ahhh ahhh... 

 

- Gordi, me gusta. ¿Qué es lo que veo? ¿Qué vas a hacer con eso? - dijo con la mirada novia.

 

- ahhh... ahhh. ahhh... Desperté abrazándola con la ingle pegajosa.

 

-  Gordito, ¿qué me mirás así? ¡Los rubios no piensan! 

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