HILO FINO

 



Me habían citado. Justo éste de cualquier otro día. Al parecer era hoy nomás. Lo único que me dijeron: reunión de rutina, traiga toda su documentación que lo vamos a estar esperando. Día raro y atípico. Salí calmo pero con prisa.

Llegué hasta la oficina. El aire estaba frío. Entré haciendo tres respiraciones. Al verme, el policía que custodiaba abrió la puerta.

Señor, disculpe que lo moleste… ¿sacó turno? – preguntó con cautelosa calma.  

Me dijeron que me anuncie en la entrada – respondí con aparente tranquilidad.

Espéreme un minuto aquí, voy a verificar – dijo tan neutral como una voz en off.

Puede pasar, aguarde un minuto que le tomo la temperatura. Colóquese alcohol en gel, por favor. Pase y siéntese.   

Las máquinas y los números que indican los turnos estaban apagados. En la sala de espera éramos solamente dos personas en total. El recinto parecía desierto. Había un terrible silencio. Nos miramos con los barbijos puestos. Había demasiada ansiedad. Aguardé mi turno.

El hombre que estaba esperando conmigo yacía sentado esperando que lo atiendan. Iba ser un día largo.

Miré hacia la ventana. Un camión de caudales estacionó a mitad de cuadra. Salió de una de las oficinas del fondo (ocultas al público) un hombre flaco, canoso, de aspecto siniestro usaba traje negro y guantes blancos. Cruzó la sala de espera. Una horrible tensión invadió todo el lugar. Sentí pavor. Un miedo instintivo. El hombre de traje negro y guantes blancos, salió. Vi que tendía las manos de los conductores y charlaba animosamente con ellos.

Señor buen día, su turno pase, por favor – dijo el empleado con tono uniforme.

Buen día, recibí una citación… - le contesté dudoso.

Lo citamos porque desde esta entidad usted recibió un aviso de cobro en moneda extranjera. Necesitamos cierta documentación… pudo leer el aviso? – indagó de pronto.

Sí, la documentación está toda aquí en este sobre… - extendí la mano alcanzándoselo.

Bien, déjeme ver… - abrió el sobre marrón claro y comenzó a leer formularios, facturas, fotocopias, etc.

Bien, solo faltaría que me alcance un papel… ya con eso concretaríamos el trámite.

Puedo venir en media hora? Todavía es temprano – dije arqueando las cejas.

Sí, venga igual que ahora, se anuncia en la entrada, diga que lo citaron de nuevo y me trae firmado una declaración jurada que ya le envío a su mail… - susurró concentrado mientras enviaba el papel desde su computadora de escritorio.

Evidentemente no me equivocaba. El día venía complicado. Caminé por el centro para despejarme un poco. Si había algo que odiaba era hacer papeles! No tenía opción. Había que terminar el trámite lo más pronto posible. Canté una canción de esas que te suben el ánimo y seguí.

Vi al siniestro hombre de traje cruzar la parte de atrás. Esa donde según comentan está el depósito. El sujeto caminaba tranquilo y campante con tres preciosos maletines de gran envergadura. El negro del cuero brillaba a ras del sol, encandilándote. Siempre hay que escuchar y obedecer a todos los miedos que salen de las tripas. Sentí un escalofrío.

Llegué a casa. Imprimí la declaración jurada, busqué una lapicera negra y salí hacia allí nuevamente. En el camino habitual no me encontré con nadie. El hombre de traje negro no estaba. Llegué otra vez. Me anuncié. Seguí el protocolo a rajatabla. Entré.

El empleado me vio y me hizo señales para que fuera al box. En esta ocasión, no había nadie. Aguardé que el empleado abriera mi archivo. Me pidió la declaración jurada. Se la entregué.

Está en blanco… no sabés cómo completarla? – miró extrañado.  

No, por eso la traje así. Cómo la completo? – me miró e hizo una mueca de disgusto.

Lee que está muy claro… - exclamó molesto.

Me podés guiar así me ahorro el tener que volver mañana… puede ser… si no es molestia – esbozó una cara de asco. Era obvio que el hombre trabajaba por un triste y magro sueldo.

Lo hago yo… vos me das tus datos… - dijo con fastidio.

Ok – le contesté en tono irrisorio

Bueno, terminamos… en quince días… si todo va bien lo deberías tenerlo acreditado.

Gracias. Seguro que va ir bien, por qué no? – le hice la pregunta retórica.

Listo! – gritó como si me quisiera echar. Me fui.   

El mundo es un sitio muy raro y antagónico. El hombre de traje negro y guantes blancos se paseaba tranquilo por las calles de la ciudad como si nada fuera. Él era el hombre de los maletines! Yo era un simple y común contribuyente. Era solamente un hombre nada más. Irónicamente todas las miradas estaban sobre mí. Él, podía andar tranquilo sin que nadie le hiciera preguntas. A él nadie lo perseguía.

El problema tenía solución. La casa estaba en orden y mis cosas al día. Relajé la cabeza y emprendí la marcha. Se había puesto frío. Muy frío. Entonces, lo crucé. Ahí estaba de nuevo el hombre de los maletines, de traje negro y guantes blancos, enfrentado en medio de la calle, cara a cara conmigo. Nadie pasaba por los alrededores. Nos miramos. Me estudió y yo lo estudié. Su mirada sin alma, su sonrisa malvada le daba un aspecto más siniestro todavía. Hubo un grito enmudecido. Sentí un asco atroz. Era un depredador. No bajó la mirada, yo tampoco. Fue un segundo de pie, enfrentados que duró para siempre. Él volvió a sonreír y dijo: “señor, que ande bien, esté usted en paz, lo saludo” – miró pidiendo que lo deje pasar. Sin dudarlo me hice a un costado. El hombre de traje negro y guantes blancos,  pasó. Se alejaba poco a poco. Calmo y sin prisa. Lo observé pasar con su lenta parsimonia hasta que se hizo un punto en la ciudad y desapareció.

Continúe marcha rumbo a casa. Al menos, tenía mi paz y mi grandeza. La conciencia tranquila de haber hecho todo bien. La agradable sensación de estar viviendo el día. La certeza de que hoy la vida me hacía caminar sobre aquel hilo fino, delgado. Un hilo tan transparente que se vuelve invisible y que podía cortarse en cualquier momento…   

 


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