DESINTERÉS


 

Me gusta la palabra Libertad. Esa que todo el mundo grita y los adolescentes y jóvenes reclaman pero a la hora de los bifes nos termina moliendo a bofetadas. Todos adoramos ser libres, pero, ¿estás dispuesto a pagar el precio esa libertad? 

 

Tal vez lo opuesto a la libertad sea la rutina. Una palabra que lo encasilla todo. Las aves que no pueden volar a menudo se quejan. ¿Tanto cuesta hacerse cargo de la elecciones?

 

A quien jamás podré entender es a mi padre, por eso, me atrevo a contarte su historia. Porque si te la cuento ahora es en cierta forma perdonarme y perdonarlo, es también liberar esa jaula del alma y volar. No podés vivir preso. Las jualas que más duelen no son físicas.

 

Mi padre se llama Adolfo y es una persona ansiosa y obsesiva. Enferma de control y de que lo controlen. Su ansiedad lo hacía muchas veces ser víctima de un tartamudeo constante, a veces, cuando mis amigos de la escuela iban a casa, parecía la bocina de una calesita con patas. Otro detalle era su mediano sobrepeso comiera lo que comiera.

 

Cuando comía engordaba y cuando no comía, también y encima puteaba por el calor, la crisis económica, mi abuela que estaba sola en Córdoba (aunque después cuando estaban juntos peleaban hasta sacarse el cuero y los ojos), para luego irse al sur que lo parió, llorando, Nunca lo entendí.

 

Con los años desarrolló una ansiedad y una obsesión fuera de lo normal, lo que podríamos decir “fuera de serie”. Lástima que esto no se aplicaba a ningún talento artístico. Mi padre tiene de artista lo que yo de plomero.  

 

La auto exigencia con él y con su entorno se volvieron más difíciles los últimos años que pasé en la casa familiar. Se obsesionaba de modo casi fálico con cosas como un club deportivo o de servicio, de repente, todos eran geniales si pertenecían a esos pequeños grupos. Como todo grupo tenían sus códigos, su jerga, su micro sociedad y su propia jerarquía.

 

Muchos de los estaban allí era por un contrato o por codearse con lo “alto” de la sociedad. Lo fatal era que mi padre los complacía sin tregua, ni condiciones. Para mí eran una oportunidad, para mi padre, en cambio, eran lugares para tener amigos. Eso a menudo despertaba mi rabia. No porque él pensara eso, sino porque el pelotudo que lo ligaba de rebote era siempre yo. Encima me encargaban trabajos extensos y difíciles a modo de voluntariado mientras cobraba un magro salario como profesor de idiomas en colegios públicos de mierda que se caían a pedazos, siempre los pisos de las aulas se levantaban.  

 

 Dicen que uno debe rodearse de personas que te despierten lo mejor. Yo trepado a su locura despertaba con una terrible antipatía y un zapado egoísmo. Todo alrededor era un asco. Mi padre gritaba diciendo: “yo cumplí, son amigos, cumplí vos también o te vas de la casa”.  Siempre odié que me preguntara: ¿Y... Zambo? Esperá que consiga el manual y te digo papanatas.

 

Lo interesante de esta historia fue antes y durante la pandemia. Yo me las tomé, me fui tras dos tetas preciosas que aún amo hasta el día de hoy, y el muy pobre quedó medio muerto cuando se agarró el Covid de la cepa esa que dicen que fue la peor. Mucha de la gente de nuestro pueblo, por lo menos, la más anciana, muchos amigos de mi viejo, estiraron la pata o quedaron con respirador. ¡No les cuadraba el aire!

Después del Covid no pudo hacer casi nada. Ahora no era yo el pájaro enjaulado. Ahora su cuerpo era su propia jaula. Dicen que quién las hace las paga. Dicho que creí por mucho tiempo hasta que la vida me mostró que muchas veces las hacen pero la vida los bonifica o no se lo cobra, y muchas veces las paga un pobre diablo que estaba en el momento y en el lugar equivocados. Así pasó sus últimos tres años, tirado en una cama de hospital, a expensas de la piedad que despiertan los moribundos. Pero la vida le da más oportunidades a un ciego que a un clarividente. ¡Mi padre se salvó! ¡Nadie sabe cómo carajos se salvó! La impotencia de los que la parimos cuando la vida no nos perdona ni una. No puedo dejar de perdonarlo y sentir un brutal desinterés que me corta en dos el silencio. ¡Pobre papá ni Dios lo quiso!

 
















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