TAKE AWAY PIZZA





Las tardes, las horas y los minutos pasan rápido en Buenos Aires. En esa “ciudad de la furia” que bautizó alguna vez Gustavo Ceratti. Es mentira eso de las cosas cambian, bueno, quizá sí, pero no son las cosas importantes. Esas siempre se quedan para susurrarte al oído.   

 

Viviendo siempre en pueblos me di cuenta que el silencio nos grita pero en capital el ruido también habla. ¡Cuánto nos dice un bastón de una anciana golpeando el pavimento un tarde de calor sofocante! Ahora entiendo lo que mi abuela Elga siempre me contaba los veranos que íbamos a visitarla con su mirada azul y los ojos brillantes.

 

Caminando, rumbeando por ahí siento otros colores, otro aroma entre las amplias calles. Si estás cansado las cuadras te parecen eternas y las piernas se vuelven re pesadas. El peso de la vida se siente en todos lados.

 

Con mi hermano a veces vamos al DÍA que está en Ramón Falcón mi nueva calle. Poco recuerdo la capital de provincia donde nací. Cuando uno es chico la memoria se escabulle como niño desnudo en campo traviesa. Los recuerdos que se quedan son otros. A veces los quiero agarrar y no soltarlos más, pero de una forma u otra, se me escapan. Siempre.

 

Yendo por Pedernera me encuentro un Kentucky. Esas pizzerías impersonales, grandes, iguales, y, sin embargo, mi instinto pueblerino me invita a mirar hacia adentro.

 

Un pequeño universo se cierne en ese monstruo. Una chica hablando arrastra las eses y mira su teléfono mientras la otra chica separa los tomates de la lechuga a un costado de su plato de ensalada, midiendo y contando cada caloría. ¡Qué bueno es tener cuarenta años! De pronto, algo me sobresalta. Esta gran ciudad está llena de ruidos que hablan y susurran. Habría que hacerles un litro de té de tilo para que duerman.

 

Algo que noté apenas bajé de Aeroparque es que no se ve el cielo. Lo tapan rascacielos, edificios, negocios, toldos, balcones indefinidamente. Por momentos, extraño ese pequeño pueblo de montaña, la gata tirada durmiendo, las voces de fondo de los nenes jugando entre el viento de la tarde. En fin, el horizonte que no tengo. Ahora el horizonte se extendió miles y miles de kilómetros. ¡Cosa loca la vida! Tenía razón Lennon: “la vida es eso que te pasa”.  ¡Un sureño en Buenos Aires!

 

Vuelvo a asomarme a la ventana y veo una familia “tipo” de lo que eran las familias cuando era chico. El papá, la mamá, la nena (pegada al celular), el nene vestido muy de verano de shorts, crocks azules y una musculosa. En esta ciudad se van todas las formas. Acá la gente no se tapa y te pisan las horas.   


De pronto, los cuatro sonríen mirándose a los ojos. Una complicidad que solamente tienen hijos y padres a veces, me causa admiración. Muerden al mismo tiempo sus porciones de pizza, atorándose un poco. Se me escapa un suspiro. Miro afuera y el ruido me habla otra vez. El semáforo que cambia de naranja quieto a blanco furioso. Momento de salir. A lo mejor más tarde me encargo una pizza Kentucky. El recuerdo de mi abuela vuelve mirándome fijo entre sus lentes gruesos, me hace una mueca y se va. Sigo caminando mientras disfruto el horizonte urbano y la vida que fluye. Viento tibio suave.    

 

 

 





Foto: <ahref="https://www.freepik.es/foto-gratis/rebanada-pizza-crujiente-carne-queso_7359437.htm#query=pizza&position=19&from_view=search&track=sph">Imagen de KamranAydinov</a> en Freepik

 

 

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