RUMBEANDO (versión primera)


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Este relato fue escrito durante el VI mundial de escritura dirigido por Santiago Llach en noviembre de 2021. La consigna era "describí tu barrio".- 


Siempre supe que teníamos que comprar ese terrenito en el centro. Cerca de todo lo necesario, que sé yo, la farmacia, la carnicería, la verdulería, una veterinaria y hasta un instituto de inglés, entre otras varios rubros también.

 

Amaba salir por el barrio. Se solían ver chicos de todas las edades jugando con camisas de sus equipos de fútbol favorito, pantalones cortos, pelos al viento, algunos teñidos, otros no. Las cabelleras largas o módicas se zarandeaban haciendo un sonido chillón.

 

Por lo general, era un barrio tranquilo para formar una familia. Era silencioso, de ese silencio tan profundo que grita a raudales, en especial, entre las dos y las siete de la tarde. Hora en que las madres los habían mandado a los más grandes a trabajar y a los más chicos a dormir.

 

Mi abuela solía decir que vivir cerca del centro (pero no tanto) te abre caminos, como si el mismísimo universo lo supiera y te abriera sin problemas su mano celestial. La distancia de la avenida Libertador (la principal) apenas pasaban las 10 cuadras. Un mega golazo. Yo adoraba mi barrio. ¡Todo quedaba cerca! Era de no creer... los pocos amigos que venían (ahora que lo pienso, no sé si eran tan amigos) decían: “prefiero vivir cerca de Punta Soberana. Queda lejos, sí, pero la naturaleza y el verde son únicos, acá no”. Yo a menudo inclinaba la cabeza como si asintiera.. pero dejate de joder quién en su sano juicio prefiere de 10 cuadras a 12 kilómetros de la avenida... la civilización. ¡No podés estar hablando en serio! Ahí era donde me sacaban la hilacha y se notaba cierto dejo de envidia.  

 

Lo más surrealista de ese barrio, mi barrio, era que estaba a cinco cuadras del parque Belgrano bajando el cerro. El parque principal de este pueblo en la loma del culo. Sí, dije “culo” qué querés que le haga. Era estar más cerca de lo que la geografía mundial puso muy lejos. Me encantaba ese parque. Siempre que estoy manija bajo por una caminata. Es agua en este desierto andino. Voy lento bajando la cuesta y se puede ver el cielo limpio y claro. Bien celeste, tan lúcido. La fragancia es de algarrobo, palo borracho, sauces llorones, algunas Lengas, Ñires, Coirones, etc. Los mirás y el alma se te baja. Se siente calma. Algo ancestral y biológico difícil de poner en palabras, sabés.

 

En las tardes el barrio suele estar lleno de gente andando para hacer compras y mandados. Por un lado, las madres solas o con sus hijos en brazos. A veces llevan barbijo, otras veces, no. Suelen guardar cierta distancia necesaria. Esa es la costumbre que nos dejó a todos la pandemia. Pegado a la pollería y la farmacia, hay una casa de música que antes vendía discos o DVD´s vírgenes, ahora, en cambio, vende micrófonos profesionales para podcast. Me acuerdo que les eché el ojo, di un regio manotazo hasta que di vuelta la caja de cartón. Para mi gran decepción salían como seis lucas. ¡Puta madre! Lo dejé inventando eso de: “ah... dale... en unos días vengo con la plata...”. Los días suman tres años y medio y sigue la cuenta regresiva. Lo veo hermoso en la vidriera y se me pianta un lagrimón. Ya me dije que ni bien cobre esas traducciones que me deben me lo compro. Total mi mujer no controla esas cosas... ya fue...

 

Adoro la peluquería de señoras que hay en el barrio. Está casi llegando la esquina. Es fastuosa y tiene carteles luminosos que llaman la atención. Hay retratos de grandes señoras o niños preciosos que más que simples seres humanos parecen muñequitos de torta. La gente que va allá a cortarse es bastante más real. Tienen niños con vestimentas hasta el cogote (en especial en invierno) y las señoras son gente mayor que con algunos kilos de más. Un montañista diría que podrían resistir por unos meses sequía o hambrunas “que tienen reservas -  dicen”. ¿Reservas? ¿Reservas de qué? ¿Qué serían conservadoras con patas? ¡Ridículo!

 

A mí se me estaban acabando las reservas después de una hora y media de caminata. A dos pasos de la esquina siguiente, me tumbó un olor a pan y facturas recién hechas. Crucé la calle. Decidí no hacerle caso al médico (nunca le hacía caso) y me compré una docena y media. No vaya ser que venga algún criticón crónico. No hay nada que unas buenas facturas y un regio café calentito no curen. Estar casado te hace querer facturas, mientras que estar soltero te hace querer gimnasia.... ah... llegué. Abrí la puerta. Estaba mi mujer. Me espera un día largo. Puse la cafetera...

 

 

 




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