LLAMÉMOSLO "CASUALIDAD"

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III

Sonó el celular. Me levanté todavía dormido. Me caí. El golpe me despertó. Mi pieza era una porquería. Todo tirado. La ropa, sucia. El teléfono no paraba de sonar. - Hola, sí, ¿diga? - dije con voz aguardentosa. - Hola, buenos días, ¿señor Ramírez? - Sí, diga... - Su hija otra vez, señor Ramírez, ¿puede venir a buscarla, por favor? - Enseguida voy para allá. No se preocupe - dije. - Pase primero por mi oficina, necesito hablar urgente con usted. - Voy para allá y hablamos - dije apresurado y corté. Estaba preocupado. Salí lo más pronto que pude. Llegué al colegio. La rectora me esperaba en la entrada. Me condujo gentil hasta su oficina. Cerró la puerta. Abrió un libro de actas. Me fue leyendo una a una las faltas de mi hija. No me quedaba más remedio que escuchar. Eran más de las que podía recordar. Terminó. Cerró el libro. - Señor Ramírez, su hija Pamela ha cometido muchas faltas al acuerdo de convivencia escolar, sin contar las muchas veces que por la situación de ustedes, bueno, el equipo de gestión y el cuerpo directivo hizo vista gorda con la condición que Pamela mejore su conducta. - Disculpe señora rectora, la verdad se me fue de las manos su crianza, probablemente la muerte de Pilar la esté afectando mucho ahora que está entrando en la adolescencia. Yo a su edad tuve la suerte de tener a mi madre, ella, no. - Comprendemos, nuestra intención es ayudarla en todo lo que podamos. En el departamento de orientación por la mañana tenemos un psicólogo, luego, a la tarde, un psicopegago. De verdad nos preocupa mucho la situación de Pamela. Está creciendo y no tiene un modelo de madre. ¿Hace cuánto ya que murió su mujer? Si no quiere contestar lo respeto. - No me molesta. Pilar murió cuando Pamela tenía cinco años. - Comprendo. Mi idea es que ésta sea la última sanción, de lo contrario, deberé notificar a Dirección Provincial de Escuelas. Por si usted no lo sabe, es el tramo final, señor Ramírez. Realmente lamento lo de Pilar pero la vida sigue. - ¿Qué fue lo que pasó esta vez? ¿Qué hizo mi hija? - Estuvo fumando ésto - la rectora abrió un cajón - había una bolsa de nylon cerrada con un porro a medio fumar. - ¡No puede ser! ¡Ahora se droga! - Señor Ramírez, cálmese, no he terminado aún con la odisea... - ¿¡Qué hay más!? - dije desesperado. - Me temo que sí, pero primero, por favor, cálmese - dijo la rectora neutral. - Está bien, le pido disculpas - dije con un hilo de voz que no disimulaba mi tristeza. - Encontramos a Pamela fumando en el baño de los chicos con un compañero de curso. Estaban muy acaramelados, muy juntos y besándose, señor Ramírez. Por suerte, los vio el profesor de educación física que justo estaba allí con los varones. - ¡No puede ser! ¡Mi hija es muy chica! ¡No hace esas cosas! ¡Me dijo que se iba de su amiga! - dije con las manos sobre la cabeza. - Señor Ramírez, usted la ve con ojos de padre, pero ellos crecen sin pedirnos permiso y sucede cuando menos nos damos cuenta. Si le parece le puedo recomendar un psicólogo infanto - juvenil que es muy bueno. Quizá es lo que necesita Pamela. Es una etapa complicada. La adolescencia es difícil. Nosotros ya lo pasamos, crecimos, nos olvidamos y los tiempos eran otros. Anote el número. - Muchas gracias, rectora, disculpe. No va volver a pasar. - Una cosa más: el compañero que estaba con ella se llama Tomás Belmonte. Tiene la misma edad y también está demorado en el departamento de orientación, mientras el vicerrector habla con él. Vamos a labrar un acta entre el equipo de gestión, la rectoría y ambos padres. Acompáñeme - dijo la rectora cerrando la puerta a sus espaldas.


IV

Llegamos al departamento de orientación. Estaban todos sentados. Miré alrededor. Me senté al lado de mi hija. Parecía un ángel. ¿Cuándo creció tanto? Nos hicieron un acta en común acuerdo. Ambos padres prometimos cooperar. Más allá de todo eran nuestros hijos. - Hola, perdón que nos conozcamos en estas circunstancias. Soy Nazarena Belmonte - dijo tapando su vergüenza. - Hola, mucho gusto, soy Mateo Ramírez - dije sin ganas. - ¡Mateo! ¿Matu? - dijo con los ojos brillantes. - ¡Naza, sos vos, en serio, no te puedo creer! - Sí, soy yo y este es mi hijo Tomás - dijo mientras lo señalaba con la cabeza. - ¡¿Qué hacés acá?! ¿No estabas en Buenos Aires? - dije sin disimular mi felicidad.

- Sí, me fui hace veinte años. Volví hace poco. Me preocupaba que no aceptaran a Tomás en nuestro antiguo colegio a mitad de año.

- Pame me contó que había llegado un chico nuevo. Resultó ser tu hijo. Bueno, no te molesto más, ¿el papá no vino? - dije mirándola a los ojos.

- Lo dudo, lleva ausente doce años y quince días. Se fue de viaje por negocios y nunca más volvió. Supe que armó una familia nueva en Federación cerca de la frontera uruguaya.

- Perdón, no tenía idea... no era mi intención - dije con los ojos como platos.

- ¡Cómo ibas a saber si hace veinte años que no nos vemos! - dijo riéndose como de costumbre.

- Veo que se parecen bastante ustedes dos - dije.

- Pamela salió a la madre, vos, ¿estás casado?

- Viudo. Pilar murió cuando Pamela tenía cinco años.

- Uhhh, Mateo, lo siento mucho.

- Pasaron muchos años, me cuesta la crianza de la nena sin madre.

- Te entiendo a mí me pasa exactamente lo mismo con Tomás. Me pregunta cosas de varones y no sé qué decirle. ¡Es difícil la adolescencia en estos tiempos!

- Ni que lo digas, antes era más fácil. Sé bien lo que se siente. Ahora te ganan por goleada Google o Youtube - dije sonriendo.

- Totalmente, ¿tomamos un café? - dijo al fin Nazarena.
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