EL AMO DEL DISFRAZ

 

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Este cuento forma parte de mi libro "El plan universal" Editorial Vela al viento de Chubut en 2011.  En ese entonces, escribía con el seudónimo de Miguel Valls (antes del boom de las redes sociales).


El problema empezó cuando el inspector Sánchez pasó a formar parte de la sociedad de los mil y un disfraces. 

Un día se disfrazaba de toro y le metía los cuernos a las minas que pasaban por su camino. Otro día se disfrazó de buzón y escupió cartas todo un mes. 

La organización se fundó en un año desconocido pero no muy lejano, en el mes de abril. Muchos papanatas se graduaban con honores en la materia "Rostros Multifacéticos I" Sólo nostálgicos, poetas y sensibles huían con frecuencia al artificioso trabajo del disfraz.  

El mejor fue el doctor y poetastro Daniel Mujica. Cuarenta y cinco, desempleado, con trámite de divorcio y una sensacional capacidad para el absurdo (un perdedor). 

A poco tiempo de su graduación, pasó todas las pruebas. El doctor Mujica llegó a tener el amor de todas las mujeres, aunque no le duraban. Obtuvo, por mérito propio, una sensacional beca para especializados en aplicación y práctica del boludismo. 

El muy cocorito encaraba cualquier tipo de romance. La suerte se le acabó el día que conoció una pechugona que le dio vuelta el mundo. "Con esta mina es otra cosa" - decía, aunque no se lo creyera nadie. 

Los lunes era el Don Juan más meloso y optimista. Los martes era el padre familiero y caritativo. Los miércoles era un falso escritor incomprendido. Los jueves era un personaje no reconocido de la farándula - el doble no identificado de Tom Cruise-. Los viernes era un vagabundo oloroso y desengañado. Los sábados era una sombra invisible y fumadora de faso. Los domingos era el mismo pobre diablo de siempre dispuesto a convertirse en potencia para el lunes. 

El personaje del lunes era el más aceptado, aunque de vez en cuando, rebotaba. No era uno de los más exigentes y casi siempre era invitado a fiestas. 

Cansado de ese personaje, se convirtió en el personaje del martes. Salió al centro a levantarse un par de viejas melancólicas y pasadas de moda. El miércoles salió al bar "Chasco" en busca de poetas femeninas, soñadoras y algo pelotudas. El jueves se disfrazó otra vez y salió a hacer un casting para una telenovela de mala calidad. Ese día se levantó a una actriz y al trolo del productor. Le dieron el papel. El peor día de los lances era éste. Con el olor y la facha no lo seguían ni los perros. 

Los sábados eran sabáticos. Los domingo se encerraba con una depresión hasta el techo, para volver a empezar, nuevito, el lunes. 

Un día se pasó de rosca: iba a ver a las minitas del martes con el personaje del lunes (rebotó). Otro día fue a visitar a las poetas siendo el personaje del jueves: lo sacaron cagando. El jueves intentó filmar siendo el personaje del sábado: no lo vio nadie, suerte que el productor no lo encontró. 

Así fue cambiando y cambiando hasta que ya no pudo más. Como todo maestro del disfraz, nunca se lo vio al desnudo. 

Intentó un último recurso: escribirle a Sandra, su ex novia. Logró conmoverla con un par de cartas suplicantes inspiradas por el poeta célebre Pablo Neruda. Lástima que eran copia fiel. Sandra lo caló al vuelo, le contestó y se tomó el palo. No vaya a ser que la complicara ahora este boludo. 

Llegó a tener un momento de terrible decadencia y no lograba convertirse como antes. No podía mantener un personaje por mucho tiempo. A menudo olvidaba las características de uno, y lo mezclaba con otro, haciendo que el personaje fuera un padre incomprendido o un vagabundo familiero con olor a cloaca que no pasaba desapercibido en ningún lado. 

Se convertía en todo lo que veía. Se convirtió en árbol en medio de una calle desértica. Llegó el invierno y se cagó helando. En el verano se quemaba. Un perro lo mordió y lo meo. 

Pasó un auto y el doctor salió a pique en cuatro ruedas. El auto estaba destartalado y el motor colapsó después de unos pocos kilómetros. Se convirtió en sapo pero no le gustó. 

Entró a un museo y se disfrazó de Guernica mientras un falsificador se lo robaba y lo vendía al extranjero. Nadie lo igualaba en destreza. Se disfrazó de helicóptero y salió volando, mientras se reía del delincuente y los clientes que lo corrían con chumbos. Esa le salió bien. 

Se convirtió en un jarrón carísimo de la dinastía Ming per la paz duró poco. Una vieja millonaria  torpe lo tiró sin querer. El jarrón se levantó, blasfemó y salió arrastrándose. La vieja se murió de un infarto. 

Así fue convirtiéndose el doctor y licenciado en boludismo, hasta quedar totalmente vacío. Muchos conocidos le perdieron el rastro. Nadie recuerda cómo es en realidad. Puede estar en cualquier lado o en ninguno: en su casa, en el patio o mirando como su juventud se evapora. El peor error es, quizá, el disfraz por ser justamente un engaño.      

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