¡ARRIVEDERCI, ROMA!
Las cosas cotidianas tienen magia. Están ahí, a punto de sucederse y estallar. Ese día tocaba limpiar la casa y salir en auto a la ciudad. Con mi mujer siempre buscábamos el tacho de basura más cercano. Por lo general, eran de todo menos cercanos. - ¡Gordi subí y poné en marcha el auto! - decía Cecilia con su entusiasmo tan de ella. Salíamos a duras penas. El espacio de entrada era minúsculo y siempre sobresalía un costado del auto, luego se estrolaba brusco contra el suelo haciendo ruido. En esa época paseábamos mucho por la ciudad. La “basura” era una regia excusa. Íbamos por los mejores barrios, disfrutábamos el hecho de tener el clásico horizonte de un centímetro tan cerca. Podíamos admirar ese horario en que las ciudades no despiertan, luces a medio prendidas del día anterior, el motor rugiendo entre cuadras y veredas desiertas. La temperatura en invierno requiere llevar algo más de ropa encima. La calefacción del auto siempre al palo. ¡El encanto de los pueblos andinos!